domingo, 21 de septiembre de 2008

DESDE EL CRISTO DEL OTERO


CRISTO DEL OTERO. Obra del insigne escultor palentino Victorino Macho (1887-1966) de 30 metros de altura, ubicada sobre el cerro que le da nombre, y con Palencia a sus pies.

Me he llegado a las faldas del Otero
-emblemático y albo promontorio-
coronado del Cristo de Victorio
tan hierático y magno, tan austero.

Me he asomado a su cuerpo, todo huero,
piedra gris celestial y observatorio
de este Cristo silente, admonitorio,
entregado a Palencia por entero.

Y he sentido de cerca las pedradas
que hacia Santo Toribio eran lanzadas
por sus prédicas contra la herejía.

Troca el pueblo hoy en fiesta aquel suceso,
reconvierte la piedra en pan y queso
y apedrea a su gente en romería.

CALLE MAYOR


CALLE MAYOR DE PALENCIA

Calle Mayor arriba -torno a verte-
por tu espina dorsal y vertebrada,
Palencia de mi infancia, tan amada,
tan sedientos mis ojos de tenerte.

Calle Mayor abajo –por saberte-
soportales de alivio en la alborada,
cielo raso en la noche ensimismada
como mi alma en tu espacio al recorrerte.

Jardinillos de luz, Cuatro Cantones,
y en la frente el Salón –porción de cielo-
añorado universo de razones

para hundirse entre ti o alzarse en vuelo
y perderse en tus calles -mil rincones-
donde hartarse a soñar a ras de suelo.

CATEDRAL DE PALENCIA

CATEDRAL DE PALENCIA FACHADA PRINCIPAL

En Palencia la piedra sabe a historia,
se hace verso el cantero en el cincel,
en gárgola, arquivolta o capitel,
perenne poesía en la memoria.

Catedral, donde el cielo huele a gloria,
sabe a sacra la piedra en su anaquel
y el vitral claroscuro del bisel
se transmuta en sutil jaculatoria.

Desconocida y bella, no ignorada
por la noble conciencia de su gente
que la sabe y la quiere y la presiente

como parte de su alma, emocionada.
Y en su hora venial y adolorada
la tiene por secreta confidente.

FUE PALENCIA MI INFANCIA

CANAL DE CASTILLA EN PALENCIA.

Fue Palencia mi infancia. No sabría
devolverle sin versos lo que siento.
Fue su tierra y su gente mi sustento
por los lares que anduve. Y le sería

tremendamente injusto y mentiría
si no dijera en alto, voz al viento,
que, aunque humilde, mi casa, mi aposento
fue un preciado resquicio de alegría.

Hasta en nombre mi calle era especial;
mi casa estaba en Eras del Rosal
donde el número sueña en treinta y seis.

Y el Canal de Castilla fue mi amigo,
mi caña, mi piscina, mi postigo.
Allí crecí feliz. No lo dudéis.